Internet, Social Media y el Fenómeno del Cisne Negro

Predecir lo que ocurrirá, partiendo de lo que sucede y de lo que está documentado, es una de las grandes inclinaciones del ser humano, la cual nace de la necesidad natural, ontológica y casi genética de dominar el mundo que nos rodea. Esta inclinación por el dominio, que se origina probablemente del miedo natural a ser vencido por el entorno, ha decantado con los años en el deseo de prever todo lo que va a ocurrir, con miras a tomar las medidas necesarias para sobrevivir a tales eventos, o para aprovecharlos en nuestro beneficio. Pero ¿qué ocurre cuando se trata de fenómenos completamente inesperados? ¿Qué hacer cuando suceden eventos que fueron completamente imposibles de predecir? A esto se le conoce como la Teoría del Cisne Negro, y abarca hechos funestos como la Primera Guerra Mundial, u otros tan increíblemente positivos como el internet o la social media.

Para que un evento inesperado entre en la categoría de cisne negro debe impactar profundamente en nuestras vidas, modificando además la forma en la cual percibimos el mundo. Esta teoría, brillantemente planteada en el libro El Cisne Negro: El Impacto de lo Altamente Improbable, del autor Nassim Nicholas Taleb (título original The Black Swan), estudia cómo reaccionamos los seres humanos ante hechos sin precedentes, y por ende imposibles de etiquetar; la sorpresa que nos causan, y nuestra tendencia a analizar los hechos en retrospectiva, tratando de encontrar “puntos” o “datos ignorados” que pudieran habernos “prevenido” de tales hechos.

La pasión por explicar vs el miedo a lo desconocido

En general, los seres humanos nunca están muy dispuestos a tirar la toalla en lo concerniente a lo explicable. Asumimos que todo debe tener una explicación, y por ahí se cuelan toda clase de teorías, algunas bastante descabelladas y otras brillantemente razonadas. Todas las etapas del pensamiento humano y su evolución en el tiempo han estado marcadas por un denominador común: la necesidad de explicarlo todo. Primero, a través del primitivo pensamiento mágico, propio de la era de las cavernas. Luego bajo la perspectiva de una reflexión ontológica que derivó en dos grandes corrientes de pensamiento: la socrática y la aristotélica. Posteriormente, se introdujo el elemento místico-religioso, luego el pensamiento humanista y finalmente el pensamiento científico, según el cual todo debe someterse a un proceso de comprobación, siendo esta última la línea pensamiento que actualmente impera en el mundo. Y todas buscan exactamente lo mismo: explicar lo que nos rodea, para prever eventos futuros. Sin embargo, según Taleb, somos bastante malos a la hora de predecir eventos importantes, y esto se debe a que lo que sabemos es infinitamente menor que lo que no sabemos. Y es en esta gran área oscura, lo que no sabemos, en donde se originan los fenómenos de cisne negro. Eso que llaman “aleatoriedad” realmente nos asusta, de modo que nos aferramos a datos, modelos matemáticos, antecedentes, estudios previos, lo que sea, con tal de no asumir que gran parte de lo que ocurre se origina en las vastas áreas de lo que no sabemos.

Cuando lo desconocido resulta ser bueno

Taleb ofrece una larga cadena explicativa de por qué somos como somos, nuestra incapacidad para detectar cisnes negros, así como nuestra renuencia a creer que estos puedan ocurrir, pese a que la historia indica lo contrario. Pero ¿qué pasa cuando lo aleatorio nos favorece? ¿Qué ocurre con nosotros como sociedad cuando eventos masivos, sorpresivos e inesperados resultan increíblemente positivos? Me refiero específicamente al internet y al social media como regalos de lo desconocido, para el máximo bien del hombre mismo.

Como periodista y escritora, me parece una verdadera ingenuidad plantear al internet como “la evolución natural de las comunicaciones humanas”. Con todo respeto a los autores que me anteceden, discrepo completamente de esta concepción. No hay nada “natural” ni “evolutivo” en un fenómeno tan maravilloso como internet y la social media. Nada, absolutamente nada, había preparado al hombre para recibir un regalo tan majestuoso como este al que ahora tenemos acceso, un regalo marcado por una condición completamente democrática, humanista e incluyente: todos podemos tener acceso a esto, todos podemos ser parte de este nuevo mundo, y ese todos significa eso mismo: todos. Además de modificar radicalmente y para bien el acceso a la información, al ocio y entretenimiento, al trabajo, al consumo o a los servicios sanitarios, internet ha cambiado para siempre la tercera más elemental de las necesidades del ser humano (luego de la vivienda y la comida): la necesidad de comunicarse y la forma en la cual nos relacionamos. Simplemente, en este punto de la historia no hay forma de volver atrás acerca de algo que nadie vio venir.

Hace años, durante mi etapa de formación universitaria, a los futuros periodistas se nos recalcaba la diferencia entre dos conceptos básicos: informar, según el cual ofrecías al público datos específicos; y comunicar, en el cual ofrecías al receptor información y datos, y recibías una respuesta, un feed back, que a su vez generaba otras respuestas y acciones en consecuencia, produciéndose así la comunicación. En la comunicación de masas, este sistema de complicaba y se ralentizaba, pues ¿cómo obtenías un feed back del público respecto a una noticia o un producto? Debías esperar las cartas de tus lectores, las llamadas telefónicas, o bien medir las reacciones en la calle, amén del hecho de que el impacto de lo comunicado quedaba circunscrito al alcance del medio de comunicación en sí mismo. Si trabajabas para una radio local o para un periódico de provincias, tus probabilidades de “impactar” a la gran masa eran bastante reducidas, y eso aplicaba tanto para las noticias como para la información comercial.

Internet y la industria 2.0 dieron al traste con todas estas limitaciones, ya que permiten respuestas instantáneas y en tiempo real sobre hechos y eventos que acaban de ocurrir, sin barreras geográficas de por medio. Y no hay nada de “evolutivo, natural u orgánico” en ello. Internet ha sido una irrupción maravillosa en el curso de las cosas. Es un ejemplo de cuando lo desconocido resulta ser bueno. No ha habido ninguna otra época en la historia que permitiera la obtención de datos masivos por respuestas masivas a hechos que alteren el status quo (concepto elemental de noticia), y eso, sin duda, es un maravilloso evento de cisne negro. Ni siquiera el sociólogo canadiense Marshall McLuhan, con su preclara teoría de la Aldea Global, pudo predecir un fenómeno informativo, comunicativo, colaborativo y de selección de datos de consumo tan increíble como el que ahora tenemos, puesto que sólo tomaba en cuenta como elementos básicos de su teoría a la radio, cine y televisión. Internet era completamente inimaginable.

Respecto a la forma en la cual nos comunicamos, la social media ha abierto un nuevo capítulo para la historia humana. Compartir, colaborar y conversar son las tres promesas (cumplidas ya) del Social Media. Y esto ha impactado grandemente en nuestro mundo, en cómo nos relacionamos, en lo que sabemos, lo que compartimos y, muy importante, en el tipo de elecciones que hacemos. Es un hecho comprobado que elegimos en función de dos variables: lo que sabemos y lo que deseamos. Usamos lo que sabemos para llegar a lo que deseamos, y lo que deseamos está influido grandemente por lo que sabemos. Internet y social media, a partir del proceso de compartir, colaborar y conversar, ha ampliado grandemente nuestros horizontes personales, respecto a lo sabido, lo deseado y lo escogido, por cuanto implica un macro proceso de crecimiento, aprendizaje, desarrollo y feed back en todas las direcciones posibles, desplegando sobre la red un complejo modelo matemático de nodos, cifras y datos, y cuyo impacto aún estamos asimilando, dado que internet y el social media continúan evolucionando.

Por supuesto, todo ello tiene también sus lados negativos, dado que acceder a internet pasa por el hecho de estar siempre conectado, lo cual ha traído serias objeciones en cuanto a nuestra capacidad para vivir en el mundo “real” y “comunicarnos asertivamente” con las personas que nos rodean. Las “tribus virtuales” pueden sustituir equivocadamente a nuestra verdadera familia y amigos, y no son pocos los malentendidos producidos por mensajes de texto o mails mal escritos. Es obvio que la comunicación virtual no puede sustituir las relaciones cercanas, personales e íntimas. Pero no es menos cierto que las ventajas de internet y el social media han cambiado radicalmente la forma en la cual percibimos el mundo, y cómo actuamos en él.

Autor: Alimey Díaz Martí
Correo: alimeydiaz@gmail.com

1 Comentario

  1. modesto gonzalez martir

    Muy buen articulo felicitaciones me parce muy buena investigación, gracias

    Responder

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